Es casi una convención compartida por los distintos enfoques sobre el liderazgo, entenderlo como la capacidad de inspirar a otros y ayudando a confluir sus voluntades para alcanzar metas y propósitos comunes.
Más allá de los distintos estilos y paradigmas, en Educación, no podemos concebir a un líder que no tenga la capacidad de construir espacios donde las personas puedan expresar y potenciar sus capacidades.
Entonces ¿Qué hace a un gestor o docente un buen líder en su ámbito de acción? ¿Qué estrategias pueden ser eficaces a la hora de transformarnos en verdaderos líderes en nuestras escuelas?
Aquí algunas luces que combinan el rigor científico con lo más trascendente de la Educación.
Del líder transformacional al líder prosocial:
Vistas así las cosas, es indudable que el liderazgo siempre se vincula a unos otros y otras. El concepto de liderazgo prosocial expuesto por Cirera (2015) vincula al liderazgo en Educación, como la capacidad de generar cambios culturales consensuados y participativos, con el fin de construir modelos colectivos prosociales, solidarios y responsables, que trabajen por la búsqueda del bien común.
En otras palabras, un líder prosocial debe ser capaz de trascender sus propias necesidades y empoderar a los demás, inspirando confianza y respeto.
El primer paso para intencionar un liderazgo prosocial, es “tomar consciencia” de nuestras creencias, emociones y actitudes, pues son componentes que no se pueden disociar de nuestros comportamientos.
El segundo paso, consiste en observar las señales que nos ofrecen los receptores de nuestras conductas, para centrarnos en sus necesidades. Concentrémonos pues en el primer paso.
El autoconocimiento como base del bienestar y el liderazgo educativo:
Además de las clásicas característica de un líder educativo, como la capacidad de inspirar a su equipo a cargo, pareciera ser entonces que el autoconocimiento elevado y la estabilidad emocional, serían fundamentales para sostener los proyectos colectivos, promoviendo de paso el bienestar personal.
Desde esta perspectiva, todas las personas podemos desarrollar nuestra capacidad de liderazgo, en el momento en que somos capaces de asumir la responsabilidad de nuestras propias vidas.
Una visión interesante del “autoliderazgo” lo entrega Sara Pallarès, CEO de Institute of Emotions en este VIDEO.
Identificar y comprender como actuamos en distintas situaciones, conocer nuestras fortalezas y debilidades, potenciar nuestras cualidades y ser auténticos, nos permitirán llevar adelante los procesos de mejora e inspirar a los demás.
Por otra parte, los avances científicos de la Psicología positiva, la Psiquiatría y la Neurociencia en general, han demostrado los beneficios de prácticas de autocuidado como la meditación, el deporte o los hábitos saludables, vinculados a mayores niveles de energía vital, emociones contributivas, creatividad, salud mental y bienestar, entre otros.
Un ejemplo interesante, profundizado por William Damon, es abocarse y definir un propósito de vida, dar un sentido a la existencia que va más allá de nuestros intereses, que vincula de forma trascendente las necesidades del mundo con lo que las personas aman hacer.
En el fondo, para inspirar, debemos estar inspirados, para dar seguridad, debemos sentirnos seguros, y así, sucesivamente.
El aporte de las competencias socioemocionales al liderazgo educativo en el aula:
El autoconocimiento aporta al fortalecimiento de las competencias socioemocionales, en todas sus dimensiones, y con fuerza en la conciencia de uno mismo y el autocontrol, bases para la construcción de relaciones positivas que nos lleven al cumplimiento de las metas y propósito educativo.
Un estudio a nivel de Educación Superior, demuestra una directa relación entre habilidades sociales y desempeño docente, entendido éste último como el conjunto de características, competencias y conductas de los docentes que permitan a los estudiantes alcanzar los resultados deseados
En su nuevo rol de mediadores, se hace ineludible reflexionar sobre los niveles de empatía, comunicación asertiva, liderazgo, tolerancia y adaptación al cambio de los docentes, entre otras habilidades sociales trascendentales en el siglo XXI.
La autora remarca la importancia del docente, y su desempeño en particular, como un factor trascendental en la búsqueda de la calidad educativa.